Carta Pastoral del Obispo Víctor Galeone
Traducido por Carlos E. Vidales
Mis hermanos y hermanas en el Señor:
1. Algunas legislaciones estatales (en los Estados Unidos) actualmente están considerando proyectos de leyes que redefinirían el matrimonio como la unión estable de dos adultos, sea cual sea su sexo. Tal legislación pondría a uniones de personas del mismo sexo y el matrimonio tradicional al mismo nivel. Además, los divorcios siguen aumentando vertiginosamente, hasta tal punto, que las parejas pueden ahora obtener un divorcio auténtico por el Internet por un honorario que varía entre 50 y 300 dólares. Estos últimos desarrollos son meros síntomas de un desorden mucho más serio. Hasta que no se corte la raíz de ese desorden, me temo que seguiremos cosechando el fruto de matrimonios fracasados y el empeoramiento del comportamiento sexual a todos los niveles de la sociedad. ¿El desorden? La anticoncepción. La práctica está tan difundida que implica a un 90% de parejas casadas en algún momento de su matrimonio, sea cual sea su confesión religiosa. Ya que una de las tareas principales de un obispo es enseñar, yo les invito a revisitar lo que la Iglesia Católica afirma en esta area y, más importante aún, por qué.
I. El plan de Dios para el matrimonio
2. La mayoría de la gente, hoy en día, considera la anticoncepción un non-tema. Hasta tal punto, que tildarla de desorden suena como una grosera exageración. Y revisitarla parece análogo a estudiar un tratado de la Sociedad de la Tierra Plana. Pero la anticoncepción es un tema, es un tema absolutamente vital. Para comprender por qué es nociva, es necesario primero entender lo que Dios quería que fuera originalmente el matrimonio. En los capítulos iniciales del Génesis, aprendemos que Dios mismo diseñó el matrimonio para una doble finalidad: comunicar vida y amor.
3. Hay dos relatos de la creación en el libro del Génesis. El primer relato está en el capítulo uno: “Y creó Dios al hombre a su imagen. A imagen de Dios lo creó. Macho y hembra los creó” (Gn 1, 27). El verso siguiente contiene el primer mandamiento dado por Dios: “Sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra.” Vemos así que la primera finalidad de Dios para el matrimonio es que sea dador de vida. Sin el abrazo de amor entre marido y mujer, la vida humana cesaría de existir sobre esta tierra. En el segundo relato de la creación, en Génesis aprendemos que la otra finalidad que Dios tiene para el matrimonio es que sea dador de amor: “No es bueno que el hombre esté solo. Le daré, pues, un ser semejante a él para que lo ayude” (Gn 2, 18). Sí, Dios pensó al esposo y a la esposa para que fueran amigos íntimos, ayudándose el uno al otro en mutuo y duradero amor. Por consiguiente, el matrimonio existe para comunicar las dos cosas: vida y amor.
4. Las dos finalidades del matrimonio están tan ligadas mutuamente que son inseparables. Primero, recuerden que Jesús excluyó la posibilidad de divorcio aplicando estas palabras a la unión entre esposo y esposa: “Serán los dos una sola carne. De manera que ya no son dos, sino uno solo. Pues bien, lo que Dios ha unido, que el hombre no lo separe” (Mc 10, 8-9). En otras palabras, los esposos forman una entidad orgánica, como la cabeza y el corazón no una entidad mecánica, como la cerradura y la llave. Así la separación del cuerpo de la cabeza o del corazón—a diferencia de una llave de su cerradura—conlleva la muerte del organismo. Así es también el divorcio. De la misma manera, fue Dios quien combinó también los aspectos de dar amor y dar vida del matrimonio en un mismo acto. Por lo tanto, ya no podemos separar por medio de la anticoncepción lo que Dios ha unido en el acto marital, como tampoco podemos separar por el divorcio lo que Dios ha unido en la unión matrimonial misma.
II. El lenguaje del cuerpo del amor marital
5. Antes de examinar lo que la Iglesia enseña sobre la anticoncepción, me gustaría hacer una digresión por un momento. Según el Papa Juan Pablo II, Dios diseñó el amor matrimonial para que fuera expresado en un lenguaje especial—el lenguaje corporal del acto sexual (Audiencia del 5 de marzo de 1980). En efecto, la comunicación sexual utiliza muchos de los mismos términos de la comunicación verbal: copular, conocer (carnalmente), concebir, etc. Con esto en mente, vamos a poner algunas preguntas:
- ¿Es normal para una esposa que se ponga tapones en los oídos mientras está escuchando a su esposo?
- ¿Es normal para un esposo que se tape su boca, mientras está hablando a su esposa?
Estos ejemplos son tan anormales que parecen absurdos. Sin embargo, si este comportamiento es anormal para la comunicación verbal, ¿por qué toleramos que una esposa utilice el DIU o la Píldora, o que un esposo utilice un condón durante la comunicación sexual?
6. Peor aún, ¿cómo se puede justificar que un esposo pida que un cirujano le corte sus robustas cuerdas vocales, o que una esposa se deje quitar quirúrgicamente sus tímpanos sanos? Sin embargo en el campo de la comunicación sexual, ¿en qué se diferencian estos ejemplos horribles de una vasectomía o de una ligadura de las trompas? ¿No es la tarea de un médico la de quitar un órgano sólo cuando está enfermo y amenaza a la vida humana? Si los testículos o los ovarios no están enfermos, ¿sobre qué base estamos frustrando su finalidad? ¿Podría ser que hemos estado tan adoctrinados por la cultura de muerte que ahora consideramos a los bebés como una enfermedad de la que nos tenemos que inmunizar a través de la esterilización?
7. Sí, ¡hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios! Jesús nos reveló la vida interna de Dios como una Trinidad de Personas. Por consiguiente, el lenguaje corporal de la unión marital entre esposo y esposa tiene que reflejar la vida interna de Dios, es decir, el amor mutuo entre el Padre y el Hijo, que es la persona del Espíritu Santo. Desde la primera hasta la última página, la Biblia es una historia de amor. Empieza en el Génesis con el matrimonio de Adán y Eva y termina en el Apocalipsis con el banquete nupcial del Cordero—el matrimonio de Cristo y su Esposa, la Iglesia. Desde toda la eternidad, Dios ansía darse a nosotros en matrimonio. Nadie expresó el hecho más gráficamente que el profeta Isaías:
Como un joven se casa con una muchacha virgen,
así el que te reconstruyó se casará contigo,
y como el esposo goza con su esposa,
así harás las delicias de tu Dios. (Is 62, 5).
S. Pablo embelleció este tema cuando escribió: “Maridos, amen a sus esposas como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a si mismo por ella” (Ef 5, 25). ¿Cómo se entregó Cristo por la Iglesia? Totalmente—¡hasta la última gota de Su sangre! Él no reparó nada. Si los esposos tienen que amar a sus esposas como amó Cristo, ¿pueden reparar algo? ¿Ni siquiera su fertilidad?
III. Anticoncepción: mintiendo con nuestros cuerpos
8. Desde que Dios forjó nuestros cuerpos como hombres y mujeres para comunicar vida y amor, cada vez que el esposo y la esposa deliberadamente frustran esta doble finalidad por medio de la anticoncepción, están representando una mentira. El lenguaje del cuerpo del acto marital dice: “Soy todo tuyo,” pero el mecanismo anticonceptivo añade: “menos mi fertilidad.” Así que, de hecho, ellos están mintiendo el uno al otro con sus cuerpos. Y peor aún, ellos están tácitamente usurpando el papel de Dios. Impidiendo la finalidad del abrazo amoroso matrimonial, ellos le están diciendo a Dios: “Tú puedes haber diseñado nuestros cuerpos para ayudarte a transmitir la vida a un alma inmortal, pero has cometido un error—un error que nosotros queremos corregir. Tú puedes ser el Señor de nuestras vidas—pero no de nuestra fertilidad.”
9. Hace treinta y cinco años, el Papa Pablo VI dijo esencialmente la misma cosa cuando publicó su encíclica Humanae Vitae: “Hay un vínculo inseparable entre los dos significados del acto matrimonial: el significado unitivo (de dar amor) y el procreativo (de dar vida). Esta conexión fue establecida por Dios mismo, y al hombre no le está permitido romperlo de su propia iniciativa” (Humanae Vitae, nº 12). El Papa Pablo VI seguía condenando toda forma de anticoncepción por ser contra la dignidad de la persona humana. Una ola de disensión estalló sobre esta enseñanza. Católicos y no-católicos, del mismo modo, censuraron “al viejo célibe en el Vaticano” por no saber leer los signos de los tiempos y así impedir la entrada plena de la Iglesia en la era moderna. Pero el Santo Padre estaba meramente reafirmando la ininterrumpida enseñanza de la Iglesia desde el principio, sostenida por todas las denominaciones cristianas hasta que la Iglesia Anglicana hizo la primera ruptura en la Conferencia de Lambeth en 1930. En sustancia—aunque no expresada con estas palabras exactas—él estaba declarando: “No es justo que el hombre separe lo que Dios ha unido. Intentar hacerlo encerraría al hombre en el lugar de Dios, y desencadenaría una serie de males indecibles sobre la sociedad.”
10. Muchos se mofaron de las horribles consecuencias que el Papa Pablo VI predijo si la utilización de anticonceptivos se extendiera. Entre sus predicciones estaban: 1) un aumento de la infidelidad conyugal; 2) una disminución general de moralidad, especialmente entre los jóvenes; 3) esposos considerando a sus esposas como meros objetos sexuales; y 4) gobiernos forzando a la población a adoptar programas masivos de control de natalidad. Treinta y cinco años después, el panorama moral está sembrado de la siguiente espantosa realidad: 1) El índice de divorcios se ha más que triplicado. 2) El número de enfermedades transmitidas sexualmente se ha expandido de 6 a 50. 3) La pornografía gana más que todos los ingresos de los deportes profesionales y el entretenimiento legítimo juntos. 4) La esterilización es forzada sobre mujeres desprevenidas en países del tercer mundo, con la política china de un-niño-por-familia en la vanguardia. Hoy hasta los críticos de la Humanae Vitae admiten que su enseñanza fue profética.
11. Muchos católicos que usan anticonceptivos reivindican que no hacen nada malo, ya que están meramente obedeciendo a los dictámenes de su conciencia. Al fin y al cabo, ¿la Iglesia no enseña que tenemos que seguir nuestra conciencia para decidir si un comportamiento es bueno o malo? Sí, eso es verdad—si es una conciencia bien formada. Específicamente, todos nosotros tenemos que conformar nuestras conciencias individuales a la ley natural y a los Diez Mandamientos, así como tenemos que ajustar nuestros relojes a la hora solar (Tiempo Medio de Greenwich). Si un reloj va demasiado rápido o demasiado lento, pronto nos dirá que es tiempo de acostarse al amanecer. Y decir que tenemos que ajustar nuestra conciencia individual al comportamiento que claramente contradice la ley de Dios, es decir que tenemos que regular nuestras vidas según el reloj, aunque nos diga que la noche es día.
IV. PNF: decir la verdad con nuestros cuerpos
12. Me temo que mucho de lo que he dicho pueda parecer duramente crítico con respecto de las parejas que usan anticonceptivos. En realidad, no los estoy culpando por lo que ha ocurrido en las últimas cuatro décadas. No fue su culpa. Con raras excepciones, por nuestro silencio somos nosotros los obispos y los sacerdotes los que tenemos la culpa. Una carta recibida de un joven padre es representativa de muchas otras: “Al principio en nuestro matrimonio Jan y yo utilizábamos anticonceptivos como todos los demás. La cultura de hoy nos decía que hacer esto era la cosa más normal. Nosotros sabíamos que la enseñanza ‘oficial’ de la Iglesia estaba en contra de ello, pero no se nos enseñó por qué. Tuvimos hasta sacerdotes que nos decían que era una decisión personal; así que si sentíamos que necesitábamos utilizar la anticoncepción, estaba bien. Pero las parejas necesitan que se les enseñe por qué la anticoncepción es mala. A nosotros nunca se nos enseñó que la Píldora es abortiva, que puede posiblemente abortar a un niño recién concebido sin que nosotros lo supiéramos. No se nos enseñó que el control artificial de la natalidad es un impedimento a la construcción de un matrimonio sano. Nosotros no sabíamos que hay una alternativa más sana, aprobada por la Iglesia, al control de la natalidad artificial.”
13. Mientras la anticoncepción es siempre mala, hay una manera moralmente aceptable para que los matrimonios espacíen sus hijos—Planificación Natural de la Familia (PNF). Las parejas pueden regular los nacimientos absteniéndose del acto marital durante el período fértil de la mujer. Instructores de PNF enseñan a las parejas cómo identificar los días fértiles, que pueden durar de siete a diez días por ciclo. PNF tiene un número de beneficios: Es científicamente válida, no tiene efectos secundarios dañinos, y no conlleva ningún coste después de un coste inicial para materiales. Estudios han demostrado que el PNF, cuando es seguido cuidadosamente, puede ser efectivo al 99% en posponer un embarazo. Eso es equivalente a la Píldora y mejor que todos los métodos de barrera. Y lo mejor es que, cumpliendo la voluntad de Dios, esposo y esposa descubren las funciones maravillosamente diseñadas de su fertilidad, intensifican su intimidad, y profundizan su amor el uno por el otro.
14. ¿Pero qué diferencia hay entre Planificación Natural de la Familia y anticoncepción? ¿Y por qué preocuparse, si su objetivo es el mismo? Para entender la diferencia, hay que darse cuenta de que tener una intención justa para una acción no siempre justifica los medios. Por ejemplo, dos parejas distintas quieren mantener a sus familias. La primera pareja lo hace con un empleo legítimo, mientras que la otra pareja lo hace traficando con drogas ilegales. O dos personas quieren perder peso. La primera alcanza el fin adhiriéndose a una dieta estricta, mientras la otra persona groseramente come demasiado y después se provoca el vómito. O para volver a nuestra analogía del lenguaje del cuerpo: Decir que la PNF no difiere en nada de la anticoncepción es como decir que mantener el silencio es equivalente a decir una mentira. El Papa Pablo VI expresó la misma idea más poéticamente: “Experimentar el don del amor conyugal respetando las leyes de la concepción es reconocer que uno no es amo de las fuentes de vida sino más bien el ministro del designio establecido por el Creador” (Humanae Vitae, nº 13).
15. ¿Qué pensarían de un científico que descubriera la cura para el cáncer pero rehusara divulgarla? Confrontados con el cáncer espiritual que ataca la familia hoy, ¿cómo se puede explicar la reticencia de nosotros, obispos y sacerdotes, de divulgar la buena noticia de las enseñanzas plenas de la Iglesia sobre la vida y el amor conyugales? Consideren esta estadística: Hoy al menos 30% de todos los matrimonios terminan en divorcio, comparado con el sólo 3% de los utilizadores de PNF. Desde que el uso de anticonceptivos empezó a prosperar en los principios de los años 60 hasta ahora, ha habido un correspondiente aumento en la frecuencia del divorcio. ¿Cómo se puede dar razón de un tan dramático aumento de los matrimonios fracasados? Como vimos en el párrafo número cuatro, separar lo que Dios ha unido en el acto marital a través de la anticoncepción va forzosamente a tener repercusiones sobre lo que Dios ha unido en la unión matrimonial— es decir, el divorcio. La solución está clara. Lo que se necesita es valentía.
16. Para contrarrestar el silencio que circunda las enseñanzas de la Iglesia en este campo, yo, como su obispo, pido que implementen en nuestra diócesis las siguientes directrices:
- Todos los ministros pastorales deberán estudiar el mensaje liberador del Papa Juan Pablo II Teología del Cuerpo para compartirlo con otros.
- Los confesores deberán familiarizarse con el “Vade Mecum para confesores sobre algunos aspectos de la vida conyugal.”
- Cuando sea apropiado, los sacerdotes y diáconos deberán que presentar en sus homilías las enseñanzas de la Iglesia sobre el matrimonio, incluyendo por qué el comportamiento anticonceptivo es nocivo.
- Instrucciones adecuadas en PNF tienen que llegar a formar parte de todos los programas de preparación al matrimonio.
- Instrucción en nuestras escuelas secundarias, en las clases de educación religiosa más elevadas, y en las clases de catequesis para adultos, deberán enseñar claramente la inmoralidad de esas formas de comportamiento sexual condenado por la Iglesia, incluyendo la anticoncepción.
17. Concluyendo, me gustaría citar un artículo de Roberta Roane que apareció en el periódico National Catholic Reporter (31 de octubre de 1986). Ella empezó afirmando: “Sí, yo estaba viva y fértil en 1968. Yo tenía 19 años y sabía que la Píldora era un don de Dios y la Humanae Vitae un verdadero carca. La Píldora iba a eliminar el embarazo de los adolescentes, la desarmonía matrimonial y los problemas de la población mundial.…” Después de contar su odisea de dar a luz a tres hijos mientras cambiaba de la Píldora, al DIU, a los condones, ella continúa:
“Finalmente mi marido y yo llegamos a un punto decisivo. En un momento muy bajo de nuestro matrimonio, encontramos a algunas personas fantásticas que nos urgieron a dar verdaderamente nuestras vidas a Dios y a ser castos en nuestro matrimonio.
“Eso nos dejó confundidos: Nosotros pensamos que significaba ‘renunciar al sexo.’ Eso no es lo que significa. Significa respetar la unión corporal como acto sagrado. Significa actuar como una pareja enamorada, una pareja llena de respeto, no una par de gatos en celo. Para mi esposo y para mí significaba PNF…y no se los voy a ocultar: fue un aprendizaje difícil. PNF y una actitud casta hacia el sexo en el matrimonio nos abrió un nuevo mundo. Nos ligó a mi esposo y a mí de una manera tan profunda, tan fuerte, que es difícil de describir. A veces es difícil, pero eso nos une todavía más. Tenemos reverencia el uno por el otro. Y cuando sí que nos unimos, somos como novios en luna de miel.
“Es triste decirlo, pero yo ya había pasado los 35 años cuando me di cuenta por fin de que la Iglesia tenía razón después de todo. No la Iglesia “ven-con-sinceridad-y-pasa” de Charlie Curran, sino la Iglesia verdadera, la Iglesia que encontramos en “la Liga de Pareja a Pareja,” la Iglesia Católica. La Iglesia tiene razón sobre la anticoncepción (apesta), tiene razón sobre el matrimonio (es un sacramento), tiene razón sobre la felicidad humana (fluye—no, desborda cuando abrazas la voluntad de Dios). Nos dio profundidad. Abrió nuestros corazones al amor.”
Roberta Roane está meramente haciendo eco a lo que S. Pablo dijo hace muchos siglos: “¿No saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo que han recibido de Dios y que está en ustedes? Ya no se pertenecen a si mismos. Ustedes han sido comprados a un precio muy alto; procuren, pues, ¡que sus cuerpos sirvan a la gloria de Dios!” (1 Cor 6, 19-20)
+Obispo Víctor Galeone
Diócesis de St. Augustine, Florida
10 de julio de 2003